“y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.---Juan 5:40
En primer lugar, todos nosotros estamos, por naturaleza, legalmente muertos: “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Génesis 2:17), dijo Dios a Adán. Y aunque Adán no murió en ese momento naturalmente, murió legalmente; es decir, la muerte fue registrada en su contra. Tan pronto como, en el Old Bailey,[1] el juez se pone la gorra negra y aprueba la sentencia, se considera que el hombre está muerto ante la ley. Aunque tal vez le falte un mes antes de que sea llevado al cadalso para soportar la sentencia de la ley, sin embargo, la ley lo considera como un hombre muerto. Es imposible para él tramitar nada. No puede heredar, no puede legar; no es nada: es un hombre muerto. El país considera que no está vivo en lo absoluto. Hubo un veredicto: no se le pide su voto porque se le considera muerto. Está encerrado en su celda de condenado, y está muerto.
Y vosotros, pecadores impíos que nunca habéis tenido vida en Cristo, estáis vivos esta mañana por el perdón. Pero ¿sabéis que estáis legalmente muertos, que Dios os considera como tales, que el día en que vuestro padre Adán tocó el fruto y cuando vosotros pecasteis, Dios, el Juez eterno, se puso el gorro negro y os condenó? Hablas poderosamente de tu propia posición, bondad y moralidad: ¿dónde está? La Escritura dice: “Pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). No esperéis a ser condenados en el Día del Juicio -que será la ejecución de la sentencia-: ya estáis "condenados". En el momento en que pecasteis, todos vuestros nombres estaban escritos en el libro negro de la justicia. Entonces Dios sentenció a todos a muerte [excepto a aquellos que han] encontrado un sustituto -en la persona de Cristo- para [sus] pecados. ¿Qué pensarías si fueras a ir al Old Bailey y vieras al condenado sentado en su celda, riendo y feliz? De seguro dirías: "Este hombre es un necio, porque está condenado y va a ser ejecutado; ¡pero qué alegre es! Ah! ¡Y cuán necio es el hombre mundano, que, mientras se registra la sentencia en su contra, vive con alegría y regocijo! ¿Crees que la sentencia de Dios no tiene efecto? ¿Piensas que tu pecado, que está escrito con una pluma de hierro en las rocas, no tiene horrores en él para siempre? ¡Dios ha dicho que ya estás condenado! Si sintieras esto, el sabor amargo se mezclaría con lo dulce en tu copa de alegría; tus danzas se detendrían, tus risas se apagarían al suspirar, si recordaras que ya has sido condenado. Todos debemos llorar si ponemos esto en nuestras almas: por naturaleza, no tenemos vida a los ojos de Dios. En realidad, estamos realmente condenados. La muerte está registrada contra nosotros, y somos considerados en nosotros mismos ahora, a los ojos de Dios, ¡Tan muertos como si fuéramos arrojados al infierno! Estamos condenados aquí por el pecado. Todavía no sufrimos su castigo, pero está escrito en nuestra contra: estamos legalmente muertos. [No podemos] encontrar vida a menos que encontremos vida legal en la persona de Cristo.
Pero, además de estar legalmente muertos, también estamos espiritualmente muertos. Porque no sólo la sentencia pasó al libro y está escrita, sino que también pasó al corazón. Entró en la conciencia. Ahora opera en el alma, en el juicio, en la imaginación y en todo. "El día que de él comieres, ciertamente morirás", no sólo se cumplió por la sentencia registrada, sino por algo que ocurrió en Adán. Así como en cierto momento cuando este cuerpo muere, la sangre se detiene, el pulso cesa, el aliento ya no viene de los pulmones, así también en el día en que Adán comió de ese fruto, su alma murió. Su imaginación perdió su poderoso poder para subir a las cosas celestiales y ver el cielo. Su voluntad perdió su poder para elegir siempre lo que es bueno. Su juicio perdió toda capacidad de juzgar entre el bien y el mal de manera decidida e infalible, aunque algo se mantuvo en la conciencia. Su memoria se contaminó, susceptible de retener las cosas malas y de dejar que las justas se deslizaran. Todo su poder cesó en cuanto a su vitalidad moral. La bondad que era la vitalidad de todos sus poderes, se esfumó. Virtud, santidad, integridad: estos eran la vida del hombre; pero cuando éstos se fueron, el hombre murió. Y ahora, cada hombre, en lo que concierne a las cosas espirituales, está espiritualmente “muerto en delitos y pecados” (Efesios 2:1). Tampoco el alma está menos muerta en un hombre carnal que el cuerpo cuando es entregado a la tumba. Está verdadera e ineludiblemente muerto, no por una metáfora, porque Pablo no habla en metáfora cuando afirma: “Y él (Cristo) os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.” (Efesios 2:1).
Pero, mis oyentes, de nuevo, quisiera predicarles a sus corazones acerca de este tema. Ya era bastante malo cuando describí la muerte como algo que había sido registrado; pero ahora hablo de ella como algo que realmente tuvo lugar en vuestros corazones. Ya no sois lo que antes erais. Ustedes no son lo que eran en Adán, no como fueron creados. El hombre fue hecho puro y santo. No sois las criaturas perfectas de las que algunos se jactan. Todos vosotros habéis caído, habéis salido del camino, os habéis corrompido y ensuciado. No escuchéis el canto de sirena de los que os hablan de vuestra dignidad moral y de vuestra poderosa elevación en materia de salvación. No eres perfecto; esa gran palabra ruina está escrita en tu corazón, y la muerte está impresa en tu espíritu. No concibas, oh hombre moral, que serás capaz de estar delante de Dios en tu moralidad; pues no eres más que un cadáver embalsamado en legalidad, un cadáver vestido con vestiduras finas, pero aún corrompido a los ojos de Dios. Y no pienses, oh tú, poseedor de la religión natural, que por tu propia fuerza y poder puedes hacerte aceptable a Dios. ¡Vaya, hombre, estás muerto! Y puedes vestir a los muertos tan gloriosamente como quieras, pero aún así sería una solemne burla. Allí yace la reina Cleopatra: pónganle la corona sobre la cabeza, pónganle vestiduras reales, déjenla sentarse en su sitio; pero qué frío te invade cuando pasas junto a ella. Ella es bella ahora, incluso en su muerte; pero cuán horrible es estar al lado incluso de una reina muerta, celebrada por su majestuosa belleza. Así que puedes ser glorioso en tu belleza, amable, y encantador; pones la corona de la honestidad sobre tu cabeza y llevas todas las vestiduras de la rectitud; pero a menos que Dios te haya dado vida[2], oh hombre, a menos que el Espíritu haya tenido tratos con tu alma, eres a los ojos de Dios tan odioso[3] como el cadáver helado lo es para ti mismo. No quisieras vivir con un cadáver sentado a tu mesa, ni Dios ama que estés delante de él. Él se enoja contigo cada día, porque tú estás en pecado; tú estás en la muerte. ¡Oh! cree esto, llévalo a tu alma, aprovéchalo; porque es muy cierto que estás muerto, tanto espiritual como legalmente.
La tercera clase de muerte es la consumación de las otras dos. Es la muerte eterna. Es la ejecución de la sentencia legal; es la consumación de la muerte espiritual. La muerte eterna es la muerte del alma; tiene lugar después de que el cuerpo ha sido depositado en el sepulcro, después de que el alma se ha apartado de él. Si la muerte legal es terrible, es por sus consecuencias; y si la muerte espiritual es terrible, es por lo que le sucederá al alma imperecedera. Las dos muertes de las que hemos hablado son las raíces, y la muerte que está por venir es la flor de la misma. Oh, si hubiera dicho que esta mañana intentaría describirte lo que es la muerte eterna. El alma ha venido ante su Hacedor; el libro ha sido abierto; la sentencia ha sido pronunciada. "Apartaos....malditos" (Mateo 25:41) ha sacudido el universo y ha hecho que las mismas esferas se oscurezcan con el ceño fruncido del Creador. El alma ha partido a las profundidades donde ha de morar con otros en la muerte eterna. Oh, qué horrible es su posición ahora. ¡Su lecho es un lecho de llamas! Las miradas que ve son asesinas para su espíritu; ¡los sonidos que oye son gritos, lamentos, gemidos y gemidos! ¡Todo lo que su cuerpo sabe es la imposición de dolor avaro! Tiene la posesión de un dolor indecible, de una miseria absoluta. El alma mira hacia arriba. La esperanza se ha extinguido, se ha ido. Mira hacia abajo con temor y temblor; el remordimiento ha poseído su alma. Mira a la mano derecha, y los muros inflexibles del destino la mantienen dentro de los límites de la tortura. Mira a la izquierda y allí la muralla de fuego ardiente prohíbe la escalera de escalada de una especulación soñadora de escape. Mira hacia adentro y busca consuelo allí, pero un gusano que roe ha entrado en el alma. Se ve a su alrededor: no tiene amigos a quienes clamar para recibir ayuda, ni consoladores, sino torturadores en abundancia. No conoce nada de esperanza de liberación; ha escuchado la llave eterna del destino girando en sus horribles quicios, y ha visto a Dios tomar esa llave y arrojarla a las profundidades de la eternidad para que nunca más sea encontrada. No tiene esperanza, no conoce escapatoria, no adivina la liberación. Anhela la muerte, pero la muerte es su enemigo implacable, y no estará allí; anhela que la inexistencia se la trague, pero esta muerte eterna es peor que la aniquilación. Anhela el exterminio como el trabajador su día de reposo; anhela que pueda ser tragado por la nada, así como el esclavo anhela la libertad, pero no llega; está eternamente muerto. Cuando la eternidad haya rodado alrededor de multitudes de sus ciclos eternos, aún estará muerta. Por siempre no conoce fin; la eternidad no puede ser deletreada sino en la eternidad. Aún así, el alma ve escrito sobre su cabeza: "Estás condenada para siempre". Escucha aullidos que son perpetuos. Ve llamas que son insaciables. Conoce los dolores que no son mitigados. Oye una frase que no rueda como el trueno de la tierra que pronto se silencia, sino hacia adelante, hacia adelante, hacia adelante, hacia delante, sacudiendo los ecos de la eternidad, haciendo que miles de años se estremezcan de nuevo con el horrendo trueno de su terrible sonido: “¡Vete! ¡Váyanse, malditos!” Esta es la muerte eterna.
En segundo lugar, en Cristo Jesús hay vida, porque Él dice: “y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” No hay vida en Dios Padre para un pecador; no hay vida en Dios el Espíritu para un pecador aparte de Jesús. La vida de un pecador está en Cristo. Si intentaras acudir al Padre aparte, aunque el ama a sus elegidos y decreta que vivirán, con todo, la vida está sólo en su Hijo. Si intentaras acudir a Dios Espíritu sin Jesucristo, aunque es el Espíritu el que nos da vida espiritual, a pesar de ello, solo en Cristo es en quien hay vida, la vida está en el Hijo. No nos atrevemos y no podemos acudir en primer lugar, ni a Dios el Padre ni a Dios el Espíritu Santo para la vida espiritual. La primera cosa que somos guiados a hacer cuando Dios nos saca de Egipto es comer la Pascua, la primera cosa. El primer medio por el cual obtenemos vida es alimentándonos de la carne y la sangre del Hijo de Dios: viviendo en Él, confiando en Él, creyendo en Su gracia y poder. Nuestro segundo pensamiento [es este]: hay vida en Cristo. Les mostraremos que hay tres clases de vida en Cristo, como hay tres clases de muerte.
Primero, hay vida legal en Cristo. Así como cada hombre por naturaleza considerado en Adán tuvo una sentencia de condenación sobre él, en el momento del pecado de Adán, y más especialmente en el momento de su propia primera transgresión, así yo, si soy un creyente, y tú, si confías en Cristo, has tenido una sentencia legal de absolución dictada sobre nosotros a través de lo que Jesucristo ha hecho. Oh pecador condenado, puedes estar sentado esta mañana condenado como el prisionero en Newgate; pero antes de que este día haya pasado, puedes estar tan limpio de culpa como los ángeles de arriba. Existe algo así como la vida legal en Cristo, y, bendito sea Dios, que algunos de nosotros la disfrutamos. Sabemos que nuestros pecados son perdonados porque Cristo sufrió un castigo por ellos; sabemos que nosotros mismos nunca podemos ser castigados, porque Cristo sufrió en lugar nuestro. La Pascua es sacrificada por nosotros; el dintel y los postes de las puertas han sido rociados, y el ángel destructor nunca podrá tocarnos. Para nosotros no existe el infierno, aunque arde con una llama terrible. Que Tofet esté preparado desde la antigüedad, que su montón sea de leña y mucho humo, eso no importa, pues nunca iremos allí; Cristo murió por nosotros, en nuestro lugar. ¿Y si hay estantes de horribles torturas? ¿Qué pasa si hay una frase que produce las más horribles reverberaciones de sonidos estruendosos? ¡Pero ni el potro, ni el calabozo, ni el trueno son para nosotros! En Cristo Jesús somos ahora liberados. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom 8:1). Pecador, ¿estás legalmente condenado esta mañana? ¿Sientes eso? Entonces, déjame decirte que la fe en Cristo te dará un conocimiento de tu absolución legal. Amados, no es una fantasía[4] que seamos condenados por nuestros pecados: es una realidad. Por lo tanto, no es una fantasía que seamos absueltos: es una realidad. Un hombre a punto de ser ahorcado, si recibiera un perdón completo, lo sentiría como una gran realidad. Él diría: “Tengo un perdón total; no puedo ser tocado ahora”. Así es como me siento....
Hermanos, hemos ganado vida legal en Cristo, y tal vida legal que no podemos perderla. La sentencia ha ido en contra de nosotros una vez; ahora ha salido a favor nuestro. Está escrito: “No hay....ahora ninguna condenación,” y eso ahora me irá tan bien dentro de cincuenta años como ahora. Cualquiera que sea el tiempo que vivamos, siempre estará escrito: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Luego, en segundo lugar, hay vida espiritual en Cristo Jesús. Como el hombre está espiritualmente muerto, Dios tiene vida espiritual para él; porque no hay carencia que no sea suplida por Jesús; no hay un vacío en el corazón que Cristo no pueda llenar. No hay una desolación que Él no pueda hacer florecer como la rosa, no hay un desierto que Él no pueda hacer florecer. Oh pecadores muertos espiritualmente, hay vida en Cristo Jesús; pues hemos visto, sí, estos ojos han visto, que los muertos viven de nuevo! Hemos conocido al hombre cuya alma estaba totalmente corrompida, pero ahora por el poder de Dios busca la justicia. Hemos conocido al hombre cuyos puntos de vista eran carnales, cuyas lujurias eran poderosas, cuyas pasiones eran fuertes, de repente, por un poder irresistible del cielo, se consagró a Cristo y llegó a ser un hijo de Dios. Sabemos que hay vida en Cristo Jesús de orden espiritual; además, nosotros mismos, en nuestra propia persona, hemos sentido que hay vida espiritual. Bien podemos recordar cuando nos sentamos en la casa de oración, tan muertos como el mismo asiento en el que nos sentamos. Habíamos escuchado durante mucho, mucho tiempo el sonido del evangelio, pero no hubo ningún efecto cuando, de repente, como si nuestros oídos hubieran sido abiertos por los dedos de algún ángel poderoso, un sonido entró en nuestro corazón. Nos pareció oír a Jesús decir: “El que tenga oídos para oír, que oiga” (Mt 11:15). Una mano irresistible se puso sobre nuestro corazón y suscitó que una oración brotara de él. Nunca antes habíamos orado así. Gritamos: "Oh Dios, ten piedad de mí, pecador". Algunos de nosotros durante meses sentimos una mano que nos presionaba como si hubiéramos sido agarrados por un vicio, y nuestras almas sangraban gotas de angustia. Esa miseria era un signo de la vida venidera. Cuando la persona se está ahogando, no siente el dolor tanto como mientras está siendo restaurada. Oh, recordamos esos dolores, esos gemidos, las luchas vivas que nuestra alma tuvo cuando vino a Cristo. Ah, podemos recordar la entrega de nuestra vida espiritual tan fácilmente como lo haría un hombre que fue resucitado de la tumba. Podemos suponer que Lázaro recordó su resurrección, aunque no todas las circunstancias de la misma. Así que nosotros, aunque hemos olvidado mucho, recordamos nuestra entrega a Cristo. Podemos decir a todo pecador, por muerto que esté, que hay vida en Cristo Jesús, aunque esté podrido y corrompido en su tumba. El que resucitó a Lázaro, nos resucitó a nosotros; y puede decirnos: “¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:43).
En tercer lugar, hay vida eterna en Cristo Jesús. Y, oh, si la muerte eterna es terrible, la vida eterna es bendecida; porque Él ha dicho: “Donde yo estuviere, allí también estará mi servidor” (Juan 12:26). "Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.” (Juan 17:24). “Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.” (Juan 10:28). Ahora, cualquier arminiano que predique de ese texto debe comprar un par de labios de goma de la India, porque estoy seguro de que necesitaría estirar la boca asombrosamente; nunca sería capaz de decir toda la verdad sin enrollarse de la manera más misteriosa. La vida eterna, no una vida que van a perder, sino la vida eterna. Si perdí la vida en Adán, la gané en Cristo; si me perdí para siempre, me encuentro para siempre en Jesucristo. ¡Vida eterna! ¡Oh, bendito pensamiento! Nuestros ojos brillarán de alegría y nuestras almas arderán de éxtasis en el pensamiento de que tenemos vida eterna. ¡Que se apaguen, estrellas! Que Dios ponga Su dedo sobre ti; pero mi alma vivirá en bienaventuranza y gozo. Pon tu ojo, oh sol, pero mi ojo "verá al rey en su belleza" (Isaías 33:17), cuando tu luz ya no haga a la tierra verde reír. Y aunque la luna, se convirtiere en sangre, mi sangre no se convertirá en nada; este espíritu existirá cuando tú hayas dejado de ser. Y tú, gran mundo, puedes que todo disminuya, así como la espuma de un momento se desploma sobre la ola que la soporta; pero yo tendré vida eterna. Oh tiempo, puedes ver montañas gigantescas muertas y escondidas en sus tumbas; puedes ver las estrellas como higos demasiado maduros, cayendo del árbol; pero nunca, nunca, nunca verás a mi espíritu muerto.
De Libre Albedrío un Esclavo, disponible en la BIBLIOTECA DE LA CAPILLA.
Charles H. Spurgeon (1834-1892): Predicador bautista inglés influyente; nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra, Reino Unido.
¿Acaso un pecador en su estado no renovado irá alguna vez al Salvador sin la presión de la necesidad? ¿Alguna vez un alma se llevará a sí misma a Cristo sin la convicción de su profunda necesidad espiritual de Cristo? ¡Nunca! Con toda la dulce y poderosa atracción del Señor Jesucristo - Su amor, hermosura y gracia - tan completamente depravada y muerta es nuestra naturaleza, que es totalmente insensible al poder de su grandiosa atracción y nunca reparará en la existencia de Cristo hasta que el Espíritu Santo, despierte una convicción de pecado, y cree en él la presión de la necesidad. Octavio Winslow
[1] Old Bailey - tribunal penal central de Inglaterra.
[2] Vida--regenerado; nacido por el Espíritu Santo.
[3] odioso - ofensivo; muy desagradable.
[4] fantasía - fantasía; delirio de la mente.
Comments