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Cuando tratamos el pecado con superficialidad, en primer lugar estamos luchando contra el Espíritu Santo. “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Hay en la actualidad predicadores muy populares que se preocupan más por darle a uno “lo mejor de la vida ahora” que por la eternidad. Y se jactan de que no mencionan el pecado en su predicación. Les puedo decir esto: A menos que esté obrando contra sí mismo, el Espíritu Santo no tiene nada que ver con tales ministerios. ¿Por qué? Aunque el predicador diga que su ministerio no es enfocar el pecado del hombre, el del Espíritu Santo sí lo es. El ministerio del Espíritu Santo es venir y convencer al mundo de pecado. Y entonces sepan esto: Cuando no encaramos específicamente, con pasión y amor a los hombres y su condición depravada, el Espíritu Santo anda muy lejos de nosotros.
Somos engañadores cuando encaramos livianamente el mal del hombre, como lo hacían los pastores de la época de Jeremías: “Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz” (Jer. 6:14). No solo somos engañadores, somos también inmorales. Somos como el médico que niega el juramento hipocrático porque no quiere darle al paciente una mala noticia, pensando que se enojará con él, o se pondrá triste. Entonces, para evitarlo, no le da la noticia indispensable para salvar su vida.
(P. Washer).
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